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Foto del escritorTania Zárate

¿Para qué enterarme de lo que no me gusta de mí? - De la desintegración a la integración.

Integrar, es un concepto que puede remitirnos a incorporar cosas, revolver y mezclar, hacer algo homogéneo o no dejar a alguien o algo fuera. Desde el psicoanálisis estas connotaciones caben e importan, pero se vuelven sumamente complejas cuando aquello que se revuelve en un bowl es amor y odio, deseo y rechazo, desarrollo y destrucción, vida y muerte, entre otras muchas posibles combinaciones contradictorias, complementarias o anulantes una de otra.




El ser humano, dentro de sus muchos mecanismos para comprender el mundo, las personas y la vida, echa mano de la necesidad de dividir y separar en absolutos sus emociones, significados y pensamientos. Esto es algo que a muchos nos da tranquilidad y la sensación de certeza y claridad. Por eso es un mecanismo de defensa contra la ansiedad o la depresión.


Jorge, hombre de 45 años, recientemente terminó su relación amorosa con Pedro, no logra comprender cómo es que él ha roto este vínculo siendo que siente tanto amor hacia su expareja. En el curso de un análisis más minucioso de su relación vislumbra que no solo de amor se trataba aquello y que en las profundidades de su personalidad, operan profundos deseos sádicos y destructivos del vínculo.


Uno se preguntaría ¿Para qué me quiero enterar de aspectos indeseables y desagradables de mi mismo? ¿Qué lógica tiene asomarme a descubrir que también odio? ¿De qué sirve poner codo a codo mi capacidad creativa y amorosa junto a mi destructividad y venganza?

Frecuentemente los pacientes me dicen cosas como: Doctora, sí es cierto pero no lo quería decir, me fui de fiesta para vengarme de mi novia por haberse divertido sin mí, o como diría alguna vez un hombre (sin darse cuenta de sus palabras) “mi matrimonio se acabó simplemente porque yo tenía que destruirlo, había que hacerlo”.


En todos estos suspensos, dentro de esas incógnitas en las que no comprendemos algo, en las que simplemente nos acongoja que lo que sabemos no es suficiente, se encentra una variada y nutrida posibilidad de nuevas y múltiples respuestas.

Es así como solemos oscilar entre darnos respuestas tajantes, de absoluto amor u odio y no exploraciones más integradas en las que palpemos amor y odio, blanco y negro, azul y amarillo, múltiples gamas y tonalidades de motivaciones y emociones juntas y en convivencia e interrelación constante.


¿Por qué es tan difícil integrar en una misma experiencia afectos contradictorios? Porque duele, a la mente le duele asumir los aspectos mas obscuros, destructivos y complejos de digerir y luego además observarlos frente a todo aquello que ha sido bello, pleno y cargado de afecto. Integrar implica dar un salto a la vulnerabilidad y al dolor de asumirse imperfecto, lleno de faltas, con errores y lastimaduras y con navajas cortantes al acecho. Pero es justamente, el acto integrativo el que neutraliza esos lados amenazantes y hostiles, y es lo que devuelve la capacidad de mirar para hacernos cargo de la posibilidad destructiva.


Jorge, ahora es capaz de ver y entender que su inmenso amor por Pedro, sus cuidados hacia él, la vida que construyeron juntos, también incluía hostilidades, rechazos y un inmenso temor a la fusión y la cercanía. Todo ello le ha permitido tener un nuevo vínculo con Pedro, con quien ahora, separados, continúa la crianza de sus hijos de forma más armónica y con generosidad auténtica.




Cada vez que miramos a una experiencia totalmente volcada en una sola gama de afectos, estamos probablemente ante un proceso parcial (es decir carente de todo lo que lo compone), idelizatorio (es decir, con sus rasgos placenteros y positivos engrandecidos), proyectivo (es decir, en el que colocamos fuera de nosotros todo lo bueno o malo propio) o desintegrativo (que solo vislumbra y divide el fenómeno o la experiencia en partes tajantemente opuestas e irreconciliables). Es frecuente observar estos mecanismos en el proceso del enamoramiento cuando idealizamos al ser amado; en los duelos cuando perdemos a un ser querido y solo podemos mirarlo totalmente bueno y tal vez después totalmente malo; cuando culpamos a otros por nuestros afectos y les colocamos cualidades que en realidad son nuestras, etc. Todo lo llevamos a cabo de forma inconsciente, no es algo propositivo, pero sí es algo defensivo que protege de los altos montos de dolor que ocasiona la confrontación con emociones como: celos, envidia, rivalidad, deseo de venganza, humillación, odio, amargura, etc.


No resulta fácil mirarnos a nosotros mismos inmersos en todas estas emociones, pero tampoco resulta sencillo mirar a todos aquellos a nuestro alrededor ejerciendo su vida emocional también llenos de ambivalencias y emociones que parecieran irreconciliables: Amanda se ha enamorado de dos hombres al mismo tiempo, Juan ha perdonado a la mujer que lo dejó por otra hace 20 años, Frida se ha vengado de Roberto generándose un nuevo amor, Miguel renunció a su trabajo solo para no darle más dinero a su familia… y una larga lista de ejemplos de situaciones llenas de profundas y complejas motivaciones que al irse develando llenan de luz y sentido.


El camino hacia una mente más integrada es largo, arduo y suele doler. Pero una vez echado a andar su engranaje, va dejando una estela de nuevas posibilidades. Porque suele ocurrir que ahí donde hubo desdén y falta de contacto, también se llenó al otro de innumerables generosidades y creaciones insustituibles, ahí donde se armó el desacuerdo también germinó el conocimiento y la fantasía, en los lugares donde más árido se puso el encuentro se han construido enormes rascacielos y para subir a ellos hace falta verlos. Si no hacemos nuestro el desierto, tampoco nos adueñaremos del cielo.




Para Rafael... respetuoso testigo de mis vulnerabilidades, socio incondicional, silenciosa presencia en las obscuridades, motivo todo de mis esfuerzos incansables por integrar, gracias por haberme hecho germinar.



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